De vuelta a Casa

La vida nos obliga a tomar caminos distintos. Algunos son rectos pero oscuros, otros empinados y llenos de piedras, y la mayoría son inciertos. A veces nos alejamos de nuestras raíces, de lo que fuimos, de quienes somos, y de quienes nos amaron primero, sin condiciones. A veces por voluntad propia, por fuerza de las circunstancias o por decisiones que tomamos durante nuestro andar, podemos perdernos, equivocarnos, caer, e incluso olvidar de dónde venimos.

Sin embargo, hay una verdad que permanece, firme como el roble y silenciosa como una oración de madre: el camino de vuelta a casa siempre estará despejado. Porque la casa de nuestra alma no es un lugar físico; es un espacio de nuestro ser donde habitan el perdón, la esperanza, la fe y el amor verdadero. Esta casa está hecha de las manos que nos levantaron de niños, de los consejos que guiaron nuestros pasos cuando no sabíamos dónde ir, y de las puertas que, aunque cerradas, nunca han tenido llave cuando se trata de regresar.

A casa se vuelve con humildad, con el corazón abierto y con la decisión firme de volver a ser parte de lo que siempre hemos sido. Y aunque regresemos con cicatrices, llenos de errores y fracasos, con los años encima, lo que importa no es cómo llegues, sino que llegaste. Porque donde hay amor auténtico, no se juzga por lo que hiciste, sino que se celebra lo que has aprendido.

La tradición nos enseña que el padre del hijo pródigo no esperó explicaciones ni exigió disculpas; simplemente corrió al encuentro de su hijo. Así es también la casa de tu alma espera en silencio, con paciencia y con los brazos abiertos.

Por eso, no importa cuán lejos hayas ido, cuán hondo hayas caído, o cuán solo te hayas sentido: el camino de vuelta a casa siempre estará despejado, porque fue hecho para ti, y siempre estará esperando tu llegada.